Tiraron la toalla. Se rindieron. Quizá han decidido que es mejor ganarse esos votos que tratar de solucionar ese caos que llamamos tránsito urbano (porque de alguna manera hay que llamarlo).
Dos millones de motociclistas no han pasado ningún tipo de prueba para conseguir una licencia que acredite que por lo menos saben cuál es la dirección contraria, para qué sirven los carriles y, si no son daltónicos, cuál de todas es la luz roja.
Si ellos pueden… ¿por qué no podrían dos conductores de lancha (cuesta escribir el término capitán) llevar pasajeros a la isla Saona sin el permiso correspondiente? Un turista muerto, aquí en el paraíso, porque no puede imaginar el visitante que los más imprudentes son los encargados oficiales de transportar pasajeros por tierra y por agua. (Por aire todavía no, se supone).
Tiraron la toalla. Se rindieron. Igual que con la contaminación sónica, eso que antes llamábamos ruido y nos entendíamos. Ciudad Colonial, Herrera, Naco o Piantini, San Carlos… cualquier sector o barrio es un territorio sin ley en este sentido. Cualquiera instala una bocina en la puerta de su negocio y atrona al resto… que debe poner la propia para no pasar desapercibido. El ruido es una agresión tan brutal, que sus efectos en la salud física y mental están más que medidos y son considerados como devastadores. Y no, no se ha nombrado a nadie Jefe del Departamento Anti ruidos, esa patrulla anunciada que iba a tomarse en serio las quejas de media ciudad.
Se han rendido, han tirado la toalla. Que cada quien maneje como quiera, que quien quiera instale una discoteca debajo de una residencia de ancianos o encima de un bloque de apartamentos. Como nadie asume que sea su problema, nadie es responsable de encontrar la solución.