Pedro Henríquez Ureña argumenta en Carta a Federico García Godoy que “La idea de independencia germinó en Santo Domingo desde principios del siglo XIX; pero no se hizo clara y perfecta para el pueblo hasta 1873”.
Para muchos esa afirmación parecerá extraña, pues el común de los dominicanos piensa que la independencia quedó consolidada en 1865 bajo los efectos de la guerra restauradora, ya que fueron derrotados los grupos que proclamaron la anexión a España y se recuperó la soberanía.
Lo que suele olvidarse es que, en 1869, bajo el gobierno de Buenaventura Báez, se negoció la anexión a los Estados Unidos, asunto que no se materializó por azar ya que el Congreso de ese país no aprobó el tratado firmado. La revolución de 1873 que derrocó a Báez puso fin para siempre a todo intento de socavamiento de la soberanía.
Por esa razón Pedro Henríquez Ureña afirma que “La primera independencia fue, sin duda alguna, la de Núñez de Cáceres; no claramente concebida, tal vez, pero independencia al fin. La de 1844 fue consciente y definida en los fundadores, pero no para todo el pueblo, ni aun para cierto grupo dirigente… Y lo extraño, luego, es que ni ese mismo fracaso (anexión a España) bastara a desterrar toda idea de intervención extraña, y que todavía en el gobierno de Báez se pensara en los Estados Unidos.”
Y concluye el eminente intelectual que “la revolución de 1873 desterró definitivamente toda idea de anexión. La obra de ese movimiento anónimo, juvenil, fue fijar la conciencia de la nacionalidad… es el momento en que llega a su término el proceso de intelección de la idea nacional.”
No deja de ser una coincidencia histórica curiosa que lo que ocurrió con la independencia sucedió también con el valor de la libertad: ambas tuvieron que ser restauradas.
El tirano Ulises Heaureaux (Lilís), cuya influencia fue determinante desde 1882 hasta el 26 de julio de 1899, entronizó el autoritarismo como forma de gobierno. Y empezó el proceso de centralización del Estado, al tiempo que lo utilizó como finca particular. Conculcó los derechos humanos, atemorizó, acalló, encarceló, abolió la libertad de expresión, fusiló a discreción y de acuerdo con sus intereses personales. Y al morir dejó exhaustas las arcas del Estado, ahítas de préstamos y de bonos soberanos, todo lo cual llevó a la pérdida de la soberanía en 1916.
El 26 de Julio se considera la primera epopeya de la libertad porque fue el día en que cayó ajusticiado el tirano Lilís y dio comienzo a la apertura democrática, a la expresión del pensamiento sin ataduras, al derecho de cada cual a desarrollar su vida y de aportar a su propia causa o a la del país sin condicionamientos ni temor a ser maltratado, encarcelado o asesinado.
El necesario proceso de centralización del Estado pudo y debió desarrollarse bajo el cauce democrático como empezó a ocurrir en los gobiernos de Mon Cáceres Vásquez y de Horacio Vásquez, pero fue interrumpido por la asonada militar de Rafael Trujillo en 1930.
A partir de ahí todos los poderes se concentraron de nuevo en un solo hombre, que se convirtió en omnipotente, con derecho a disponer a su solo antojo de vidas, mujeres, propiedades. El dominicano llegó a temer de su propia sombra, a desconfiar hasta de su hermano.
Durante 31 años el terror se impuso, las cárceles rebosaron de presos políticos, sometidos a crueles torturas. En la misma medida se acrecentó el heroísmo y la entrega de la propia vida para luchar por el valor de la libertad y el respeto a la dignidad del ser humano.
El 30 de mayo de 1961 surgió la otra gesta, entroncada con la primera. Y frente al mar azul de Santo Domingo, al borde de los rugosos acantilados, quedó quebrada la tiranía por el trueno potente y reparador del heroísmo. Por eso a esa fecha se la considera, y así está establecido mediante decreto, como el día de la libertad.
Una y otra epopeyas, la del 26 de Julio y la del 30 de Mayo, constituyen las dos alas del cuerpo robusto del ave imperecedera de la libertad en que se asienta con orgullo la dominicanidad.
Rememorando a Pedro Henríquez Ureña podría afirmarse que el 30 de mayo de 1961 fue el momento cumbre en que llegó a su término el proceso de intelección de la idea de la libertad. De ahí en adelante esa representación figura entre los valores esenciales de nuestro régimen político.