A Tony Piña Cámpora
Felipe Rojas Alou es, sin duda, el modelo del atleta cabal. El pasado 12 de mayo cumplió 88 años. Me extrañó que sólo Bienvenido Rojas en Diario Libre y Héctor J. Cruz en Listín Diario lo recordaran ese día en sus respectivas columnas. Extraño, porque Felipe Alou es un símbolo dominicano. Desde sus inicios en los Leones del Escogido hasta los últimos días como manager de los Gigantes de San Francisco, pasando por su actuación como pelotero activo de los Gigantes de San Francisco y de los Bravos de Atlanta, entre otros equipos de Major League; se le recuerda igualmente como comentarista deportivo o dirigente del Escogido y de los Leones de Caracas.
Varias generaciones de dominicanos tienen la misma opinión. La tienen, porque Felipe Rojas Alou nunca ha establecido frontera entre el terreno de juego y su vida como ciudadano común y corriente.
Mi memoria lo registra como el símbolo de los Leones del Escogido. Como bateador, su poder es incontestable; como corredor, inatrapable, llegando incluso a robarse el home en un memorable partido entre Licey y Escogido que, antes de las águilas del Cibao era su gran rival. En béisbol, robarse el home podría considerarse como la mayor humillación no sólo al pitcher sino también al equipo adversario. Sin embargo, ni siquiera al más recalcitrante de los fanáticos del Licey le pasó por la mente denostar a Felipe Alou. Ante un atleta de esta envergadura hasta sus rivales se inclinaban.
Durante su actuación como jardinero de los Gigantes de San Francisco, equipo en el que evolucionó 6 de sus 16 años de su carrera de big leaguer, tuvo la misma conducta que en República Dominicana. En una ocasión que la memoria no me permite precisar, fue el jugador más valioso de los Bravos de Atlanta. Y en otra, en 1963, junto a sus hermanos Mateo y Jesús ocuparon, por primera vez en las Mayores, los tres jardines en el mismo partido y equipo. Una curiosidad deportiva, si los tres Alou no hubieran sido lo que fueron en lo sucesivo.
A pesar de su fama en las Grandes Ligas y de los riesgos físicos a los que se exponía, nunca dejó de participar en el torneo invernal de República Dominicana. Actuaba con el mismo entusiasmo de sus inicios. Felipe Alou cree y ha creído siempre en el béisbol. Es su mundo.
Al retirarse, en 1974, regresó a Santo Domingo y ejerció durante cierto tiempo las funciones de comentarista de béisbol. Su experiencia le ayudaba mucho, pero el terreno le llamaba. Ya no podía volver a ocupar una posición en el terreno, pero podía dirigir. Debutó entonces como dirigente de los Leones de Caracas y los Navegantes de Magallanes en Venezuela; en Santo Domingo con los Leones del Escogido logrando no sólo hacerlos campeones en cuatro oportunidades sino también conquistar la serie del Caribe en 1990.
Sus éxitos como dirigente le abrieron de nuevo el camino de las Grandes Ligas. Iniciaba el mismo recorrido de los años 50, pero esta vez era llamado, por su experiencia e inteligencia, a ejercer su talento como manager en Ligas Menores hasta convertirse, en mayo de 1992, con los Expos de Montreal, en el primer dominicano en dirigir un equipo de Major League. Era la culminación de su carrera. En 1994, llevó a los Expos al primer lugar de su división, pero una inoportuna huelga de peloteros le tronchó, tal vez, su participación en la Serie Mundial, sin embargo fue elegido “Manager del año de la Liga Nacional”.
A pesar del score de Felipe Alou como dirigente los propietarios de los Expos de Montreal decidieron, el 31 de mayo de 2001, licenciarlo sin previo aviso por el poco rendimiento de su equipo. No porque había cometido errores en su estrategia ni tampoco porque su carisma y liderazgo hubieran mermado. Lo despidieron por razones que no ventilaron. En 2003 los Gigantes de San Francisco lo contrataron para dirigir el equipo de su debut como big-leaguer en 1958 hasta que en 2006 lo reemplazó Bruce Bochey siendo invitado a ocupar un cargo en la organización. Su carrera como dirigente tiene un balance positivo de 1033 victorias y 1021 derrotas.
La carrera deportiva de Felipe Alou tiene, dentro y fuera del terreno, un excelente balance como manager y, como jugador, es de la misma estirpe: un promedio de .286 con 206 jonrones y 2101 hits, así como una conducta personal intachable.
Conocí a Felipe Rojas Alou unos años atrás en su residencia de Haina, Santo Domingo. Hablamos, como es natural, de béisbol y de sus inicios difíciles en Grandes Ligas. De las precariedades que sufrían los jugadores hispanos y hasta del racismo de que eran objeto, sin olvidar el poco salario que recibían entonces. Tenía el temor de ser decepcionado por aquello de que, como decía dice Ortega y Gasset, los mitos si se tocan se destruyen. Sin embargo, sucedió todo lo contrario, pues conocí no sólo al que me hubiera gustado imitar si mis deseos de ser pelotero se hubieran hecho realidad, sino al hombre preocupado y al día de lo que pasa en el mundo y en su país.
Felipe Rojas Alou, al conocer la decisión de los propietarios de los Expos de Montreal en 2001 reaccionó con el optimismo propio de los grandes atletas, pues un revés no era una derrota. Así fue. Meses después los Gigantes de San Francisco lo contrataron para cerrar el círculo regresando al punto de partida de su carrera de big-leaguer.
A pesar de su fama en las Mayores y de los riesgos físicos a los que se exponía, nunca dejó de participar en el torneo invernal de República Dominicana. Actuaba con el mismo entusiasmo de los primeros años de su carrera. Felipe Alou cree y ha creído siempre en el beisbol. Es su mundo. Al retirarse, en 1974, regresó a Santo Domingo y ejerció durante cierto tiempo las funciones de comentarista de beisbol. Su experiencia le ayudaba mucho, pero el terreno le llamaba. Ya no podía volver a ocupar una posición, pero sí podía dirigir. Se inició como dirigente en Venezuela con los Leones de Caracas y los Navegantes de Magallanes; en Santo Domingo con los Leones del Escogido logrando no sólo hacerlos campeones en cuatro oportunidades sino también conquistar la serie del Caribe en 1990.