Las últimas semanas he tenido la oportunidad de dictar una conferencia en Santiago, a solicitud de la Asociación Cibao de Ahorros y Préstamos, así como participar en un foro sobre redes sociales convocado por el Tribunal Constitucional, en el recinto Santo Domingo Este de la Universidad O&M.
En ambos eventos afloraron dos preocupaciones críticas: primero, la ansiedad por las primicias, aunque sean erróneas, y segundo, la proliferación de los “fake news” y su impacto en el flujo informativo en las redes sociales.
Comparto las dos inquietudes. El desespero digital que ha provocado la carrera por los clics en internet, llámese redes sociales, plataformas de streaming, páginas web, correos electrónicos o servicios de mensajería instantánea, ha llevado a mucha gente a dar información falsa o dispersar medias verdades, lo que ha acabado en un síndrome mucho peor, el de la gente que se las cree.
Decirlo primero no es necesariamente lo más inteligente. Es cierto que puede, a corto plazo, generar el efecto deseado de convertirse en tendencia, pero a mediano y largo periodo esa desesperación por dar adelante acaba socavando el valor más preciado que se tiene a la hora de comunicar algo, que es la credibilidad.
Ese gatillo flojo digital ha provocado que los periodistas nos tengamos que convertir en validadores de información, lo cual es terrible. En Diario Libre nos pasa constantemente, que tenemos que andar desmintiendo informaciones que alguien disparó irresponsablemente por salir primero y después ni una rectificación ofrecen.
Tenga cuidado con esa “primicia” que va a disparar para ganar clics y dinero, porque puede ser el detonante de una noticia falsa y pecar de desesperado. Es mejor salir con la información confirmada por una fuente de primera mano, no por alguien que lo supo de otro que supuestamente sabe de lo que habla. Si todos nos ponemos responsables en el mundo digital, podemos comenzar a sanearlo de a poco, porque si no sólo unos pocos quedarán de pie como verdaderos comunicadores.