En octubre de 2009 se celebró el Festival Internacional de Poesía de Santo Domingo, en su segunda edición. Veintisiete poetas extranjeros llegaron para participar, junto a sus pares dominicanos, en este gran encuentro. Arribaron poetas de España, Guatemala, Costa Rica, Uruguay, Colombia, Haití, Italia, Ecuador, Uruguay, Bolivia, Nicaragua, Brasil, Chile, Cuba, Argentina, Venezuela, México, Martinica, El Salvador, Puerto Rico y Honduras.
Como siempre sucedía, en las ferias del libro y en los festivales de poesía, había una figura central, por ser la más reconocida, la de mayor fama, la de trayectoria más deslumbrante. Independientemente de todas las atenciones y la divulgación de sus haberes literarios que recibían los demás, la personalidad central se llenaba de honores especiales. Lo mismo que sucede en cualquier otro festival cultural del mundo.
Esa vez la figura de mayor renombre era el poeta asturiano Antonio Gamoneda. Había ganado el Cervantes y el Reina Sofía a la vez, tres años antes; muchos de los poetas organizadores del festival, como José Mármol, Mateo Morrison, Soledad Álvarez, León Félix Batista, entre otros, lo habían leído. Y venía aureolado, no sólo por haber recibido el Nobel de las letras hispanas, sino también por haber sido, muy joven, parte de la resistencia contra el franquismo, y haber publicado en ese tiempo un libro primerizo y de ruptura “Sublevación inmóvil” (1960), que le permitió llegar finalista al premio Adonais. Luego, su carrera poética, que tuvo pausas largas, fue creciendo hasta convertirse en uno de los mejores poetas de España, sin salir de León, su patria chica adoptiva, entonces, y hoy, un pueblo pequeño, donde escribió todos sus libros. Aclamado siempre por la crítica, poco leído en Hispanoamérica, ya para 1987 era Premio Nacional de Literatura de España, justo después de haber dado a conocer dos libros marcadores de su obra de madurez: “Descripción de la mentira” (1977), y “Edad” (1987), donde recoge toda su producción hasta ese año.
Todos estábamos entusiasmados por conocer a Gamoneda, para entonces con 78 años de edad, risueño siempre, cordial, conversador, quien en algún momento se me acercó y me introdujo en el bolsillo izquierdo de mi pantalón una cajita negra, completamente sellada, y me dijo: “Te dará buena suerte, no la abras en muchos años”. En verdad, para abrirla tendría que destruir toda la cajita, porque no tiene tapadera por ningún lado. Ignoro cómo lo hizo. Desde entonces la guardo, junto a otras piezas de colección, entre ellas -supuse que lo del poeta era una moneda antigua- un maravedí, moneda colonial extraída de las Ruinas de la Isabela, que me obsequiara el recordado maestro Carlos Dobal Márquez. Supe después que, en 2007, dos años antes de venir a Santo Domingo, Gamoneda introdujo una cajita más grande en La Caja de las Letras del Instituto Cervantes, con un mensaje que no puede ser leído hasta el 2032.
Ofrecíamos, con motivo del festival, una cena de gala en el Alcázar del Almirante de la Mar Océana, a todos los poetas, bellamente engalanada para la ocasión y con los integrantes de la Compañía Nacional de Teatro representando a los personajes que poblaron esa vivienda, vestidos a la usanza de la época, y desde el balcón podían observarse a los taínos con sus danzas y rituales, en escenarios concebidos por expertos. Gamoneda dijo en un momento, impresionado, aunque no era de carácter que mostrara asombro: “Esta es una noche mágica, ustedes han traído a la vida a personas que sólo conocíamos en los libros”.
Ocupábamos, junto a Gamoneda y su esposa, una de las mesas, donde compartíamos además varios poetas nuestros y extranjeros. Muy cerca de nosotros, en otra mesa, estaban otros poetas y sobre todo, uno que no dejaba de mirarnos con aire grave. Me impacientaba que ese poeta no se sintiese a gusto donde fue ubicado, pues rara vez lo vi conversar con sus colegas. Me parecía que toda la noche sólo miraba para el espacio donde platicábamos con Gamoneda. La velada concluyó esplendente. El poeta mirón se me acercó y me dijo: “La mesa de ustedes estaba muy animada, me hubiese gustado participar”. Sólo atiné a decirle que debió solicitarme que lo integráramos. Me dio un par de palmadas en la espalda y seguimos caminando hacia la escalera para salir del recinto. Cuando partió rumbo al hotel, pregunté quién era. Fue Mateo Morrison que me dijo: “Ese es el gran poeta de Venezuela, Rafael Cadenas”.
Confieso que no conocía antes la poesía de Cadenas. Ignoraba su gran carrera literaria. Aunque Gamoneda siguió siendo la estrella de las jornadas, puse desde entonces particular atención al poeta que casi interrogaba viéndome, a mí y a los demás. Se veía agradecido, pero siempre con su rostro adusto y su mirada desconfiada, que luego conocería que era la parte central de su personalidad. Comencé a buscar sus libros, a pedirlos al exterior, a leerlo. Y supe entonces cuán gran poeta es, la significación de su obra tan peculiar, tan hechizante, todas sus luchas y pesares, y esa poesía tan cargada de sombras, de rebeldías, de silencios, de enmudecimientos, de derrota. Hoy puedo decir que lo tengo entre los mejores poetas de nuestra lengua y uno de los cinco o diez más entrañables de mi vida de lector.
Ese mismo año de 2009, apenas un mes después de su visita a Santo Domingo, fui invitado a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, y asistí al acto solemne donde se le entregaba a Cadenas el principal galardón que se entrega en ese gran certamen, el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances, donde pronunció un fuerte, vibrante y aplaudido discurso contra las dictaduras y contra la situación en su patria. Al concluir el acto pasó por mi lado y le saludé con respeto. Me hizo una ligera reverencia y siguió su camino, entonces le dije quién era y de dónde provenía, y extrañamente se iluminó, vino a mí, me estrechó la mano y me dijo: “Gracias por todos aquellos días maravillosos en Santo Domingo y por favor salúdeme a todos los muchachos”. Se refería a los poetas organizadores del festival. Iba sonriente. Una sonrisa a lo Cadenas, que lucha por no serla completamente, con un dejo de tristeza, cruda, con “alma de deudor”, como expresa uno de sus poemas.
Para Cadenas, lloverían luego los honores: el Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca y el Premio Andrés Bello de la Academia Venezolana de la Lengua (2015), Premio de Literatura de la Feria Internacional del Libro de Caracas (2017), el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2018), hasta este 2023 en que acaban de entregarle el Premio Cervantes, que es, sin dudas, la coronación de un escritor de habla hispana. He visto el acto solemne y el momento en que el rey de España ponía en sus manos el lauro. Sencillo, caminando lento, humilde sin poses, vestido con pantalón de caqui, una camisa simple a modo de liquiliqui, con una chaqueta por encima. Nada más porque no usa corbata. Casi extrañado, como si le doliera algo en el alma, como cargando una pena andante. “Yo no traía ningún mensaje. Mis pretensiones eran parcas. Los límites del sueño se conformaban en mí a los límites del temor…Reiterados fracasos me habían herrado en la frente…Me sentía inapto para el amor. La implacable angustia ceñía mi respiración…Yo, envés del dado…”
Su famoso poema “Derrota” lo retrata de cuerpo entero. “Yo que no he tenido nunca un oficio/ que ante todo competidor me he sentido débil/ que perdí los mejores títulos para la vida/ que apenas llego a un sitio ya quiero irme (creyendo que mudarme es una solución)/…que he sido humillado por profesores de literatura/ que no podré nunca formar un hogar, ni ser brillante, ni triunfar en la vida/…que he sido abandonado por muchas personas porque casi no hablo/…que me he vuelto el hazmerreír de mucha gente por vivir en el limbo/…que no soy lo que soy ni lo que no soy/…me levantaré del suelo más ridículo todavía para seguir burlándome de los otros y de mí hasta el día del juicio final”.
Un clásico de las letras de Venezuela, un maestro de la poesía contemporánea, Rafael Cadenas ha recibido el Cervantes hace unas pocas semanas en extrema soledad, la soledad que quebranta la aridez entrañada de su vida luminosa, noventa y tres años, par de Gamoneda que cuelga noventa y dos, a quien él tampoco conocía bien, ni Gamoneda a él, y que, de seguro, se habrán comunicado para reconocer que se vieron por primera vez en Santo Domingo aquella noche en que uno miraba al otro y a los otros, porque Cadenas vive viéndose también a sí mismo, “como si mi mirada fuese la de un observador que no tiene intenciones, ni buenas ni malas”.
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OBRA ENTERA
Rafael Cadenas, FCE, 2009, 733 págs. Poesía y prosa (1958-1998). Cuarenta años de oficio. “Un hombre que recorre América Latina como la contraseña de una estrecha cofradía” (Fabienne Bradu). Prologado por el colombiano Darío Jaramillo Agudelo y el venezolano José Balza.
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ANTOLOGÍA POÉTICA
Rafael Cadenas, Valparaíso Ediciones, 2016, 191 págs. Esta poesía es un recado para los que buscan en la palabra un compromiso, una reflexión, un cotejo de la realidad que les acomode solidariamente en su actitud ante el mundo. Prólogos del granadino Ángel Esteban y la cubana Yannelys Aparicio.
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POEMAS SELECTOS
Rafael Cadenas, Bidandco editores, 2009, 152 págs. Las varias estaciones del poeta. Vocación por lo humano. Ontología del ser por la poesía, por la palabra. Edición ideal para quien desee comenzar a conocer la obra poética de Cadenas. Por aquí empecé.
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LOVER
Rafael Cadenas, Bidandco ed. 2004, 123 págs. Publicado originalmente en 1983, “Amante” es el territorio de llegada del poeta. Hondura expresiva. Pasión erótica. Constancia del desencanto. La voz de un extrañado. Edición bilingüe.
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EL TALLER DE AL LADO
Rafael Cadenas, Bidandco ed. 2005, 259 págs. Uno de sus roles: trasladar al español otros universos creativos. He aquí sus celebradas traducciones de Whitman, Cavafy, Lawrence, y de otros conocidos por primera vez en español: Robert Graves, Robert Creeley, Anna Swirszynska, y más.