El pasado martes 2 del mes en curso puse en circulación dos libros que recopilan parte importante de los artículos publicados en esta columna. Uno lleva por título Danilo o el ocaso del peledé y en él agrupé muchos de los escritos referentes a este gobernante en el periodo 2016-2020, respecto de sus políticas de endeudamiento, sociales, migración, reelección, agropecuaria, seguridad ciudadana, entre otros. El otro texto lo complementa, aunque son independientes entre sí, y se titula “La Infame corrupción y su hermana desalmada, la impunidad.” Como evidencia el nombre, en él agrupé escritos en materia de corrupción, especialmente todo lo que fue el proceso de investigación, acusación y sanción del caso Odebrecht. También incluye como anexo una relación de los casos de corrupción denunciados en los últimos 25 años, precisando su actual situación procesal.
Si me decidí a su publicación fue para que queden como testimonio y recordatorio de una era nefasta en la historia reciente del país. En ambos libros se identifican de forma diáfana parte de los rasgos dominantes de los gobiernos del leonelismo-danilismo. En esos cinco gobiernos es clara su unicidad resultando que en su continuidad se produce la profundización de sus malas prácticas políticas y devastador ejercicio del poder. Para eliminar todo contrapeso político, en estos gobiernos se construyó la ilusión de una falsa modernidad y progreso en un supuesto Nueva York chiquito, buscando producir en las nuevas generaciones que se fueron desarrollando, el desarraigo del legado histórico y de las tradiciones patrióticas y culturales que habían sido forjadas en las décadas precedentes en la lucha por la libertad, la democracia, la soberanía y la justicia social.
El régimen del leonelismo-danilismo nunca creyó en la democracia ni en el respeto de la institucionalidad y la ley. Así, aunque formalmente se mantuvo la separación de poderes, en los hechos actuaron como Partido Estado, convirtiendo a su Comité Político en un supra poder, extra constitucional, desde donde se tenía el control de los poderes públicos y órganos autónomos y colocaron sin ningún reparo en la Suprema Corte de Justicia y la Junta Central Electoral y Cámara de Cuentas, entre muchos otros, a dirigentes de su partido o en todo caso gente que le era leal y ejecutaba sus instrucciones incondicionalmente.
Ese régimen construido por el leonelismo-danilismo tampoco creía ni respetaba la soberanía ciudadana. Por eso desde el poder fomentaron la compra o la destrucción de partidos de oposición; utilizaron los recursos del Estado para avasallar y continuar en el poder; convertían los ministerios y direcciones en comités de base durante la campaña electoral; fomentaron el clientelismo y las políticas asistencialistas para comprar lealtades explotando las necesidades perentorias de la gente; pagaban nominillas, barrilito, cofrecito; fomentaron la compra de votos, cédulas, delegados electorales, candidatos y donde podían trastocaban los resultados electorales.
Esos cinco gobiernos desarrollados por el leonelismo-danilismo, en aras de acumular y mantenerse en el poder, no tuvieron reparo en entregar nuestros bienes públicos, recursos y patrimonio natural. El caso de la Barrick Gold, que inició sus operaciones en base a un contrato que fue aprobado por el órgano legislativo sin leer y que le otorgó el 97 % de los beneficios frente a un 3 % para el Estado dominicano; o la entrega de las empresas públicas a precio de vaca muerta o el regalo del puerto de San Soucí, son apenas algunas de sus muestras.
Ahora bien, talvez el sello más distintivo de los gobiernos del leonelismo-danilismo fue su carácter medularmente corrupto y haberle garantizado total impunidad a los dirigentes y funcionarios que metieron la mano y los pies. Muchos dirigentes de estos gobiernos utilizaron los ministerios, el presupuesto, las inversiones públicas, como su cartera de negocios. Con ello, no solo alcanzaron el ascenso social de gente que, como le caracterizó el pueblo “andaban en chancleta y salieron en yipetas”, sino también que adquirieron una relativa autonomía económica de la casta oligárquica tradicional. La evidencia de los niveles de corrupción de estos gobiernos está documentada en abundantes casos siendo los más sonoros: PEME, Sun Land, Súper Tucano, el metro, los vagones del metro, el metrico, la remodelación del Palacio de Bellas Artes, la universidad de Haití, los parqueos de la UASD, el déficit fiscal de 2012, Funglode, las construcciones de la OISOE, OMSA y el asesinato de Yuniol Ramírez, el caso CEA y el asesinato de dos locutores, la venta del barrio “Los Tres Brazos” con la gente dentro, las 17 obras sobornadas por Odebrecht, incluyendo Punta Catalina, la operación Antipulpo, la operación Caracol, la operación Coral, el caso de las empresas distribuidoras de electricidad, operación Medusa, y más recientemente la operación Calamar.
Debo confesar que otra razón que me animó a publicar estos libros fue contribuir a rescatar los grandes aportes de Juan Bosch en la construcción de la democracia luego del ajusticiamiento de Trujillo. Juan Bosch, el contenido social que le imprimió a su concepción de la democracia y la economía, la Constitución del 1963, su ejercicio del poder “sin robar ni matar”, su ruptura con el dominio imperial, todos ellos son elementos imprescindibles para comprender las luchas libradas por el pueblo dominicano librada frente al golpe de Estado, la guerra de abril y contra la segunda intervención norteamericana y el gobierno autoritario de Joaquín Balaguer.
Juan Bosch, ya renacido de las experiencias de los años 60, funda en el 1973, el peledé como partido de liberación nacional para rescatar la soberanía e independencia nacionales; para profundizar la justicia social y la democracia garantizando las libertades y elecciones limpias; para la protección de los recursos y patrimonio natural y, sobre todo, para hacer gobiernos honestos que enfrentaran la corrupción y acabaran con la impunidad.
Me resisto a admitir que las nuevas generaciones asuman que esos cinco gobiernos, hechos por el leonelismo-danilismo puedan ser representativos del pensamiento y prácticas políticas de Juan Bosch. Más bien son su completa negación.
Es hora pues de rescatar a Juan Bosch, quien dedicó toda su vida y talento a completar la obra de Juan Pablo Duarte para construir una República Dominicana justa, democrática, próspera y soberana.