Esa práctica desgraciada solía estar bastante limitada al ámbito doméstico, donde los machos alfa hacían uso de su fuerza y bestialidad para quitarle la vida a las mujeres.
Si bien ese accionar, para nuestra vergüenza como sociedad, se mantiene intacto, a él se ha sumado otro muy desagradable, el de prestarse para delinquir bajamente en contra de familiares o amigos.
Casos como el asesinato de La Vega, en el cual “el mejor amigo” de la víctima es sospechoso de haberle matado, enterrado y cubierto con una piscina; o como el del niño asesinado en Santiago de un tiro por un grupo de atracadores dirigidos por su padrino; o como el padre que descubrió un complot de su hijo para atracarlo en Moca; o como el del “hermano” de Orlando Jorge Mera, que lo mató en su oficina, son para pensar en lo bajo que hemos caído. Y si a eso sumamos uno que otro policía que se pasa de la raya y mata a un niñito, como ocurrió en el carnaval santiaguero, pues lo cierto es que es muy difícil prevenir cuando el enemigo está tan cerca.
Tenemos demasiadas muertes o casos de violencia en el registro a manos de seres cercanos, incluyendo los feminicidios. Eso no es bueno, deberíamos tomarlo en serio.