A dos pasos de la calle en la que nació y donde su padre le regaló su primera guitarra, se ha despedido para siempre de los escenarios este viernes Joan Manuel Serrat, en un concierto memorable que ha cerrado conmovido y feliz, «porque todo lo que empieza tiene que acabar, y si acaba bien es fantástico».
Con estas palabras y con un recuerdo para Salvador Escamilla, Quico Sabaté y Joan Ollé, el ‘Nano del Poble Sec’ ha desaparecido entre las cortinas de terciopelo rojo del escenario del Palau Sant Jordi, jaleado con una larga ovación, tras dos horas de canciones cargadas de recuerdos y melodías siempre emotivas, que hoy lo han sido más porque no volverá a entonarlas en directo.
Minutos antes de empezar el concierto, un espectador llamado Enric entraba por la puerta y confesaba: «hace muchos años que no voy a un concierto, pero a éste tenía que venir porque tengo la misma edad que Serrat, le vi empezar, le vi hacerse famoso y me tengo que despedir».
Serrat cumplirá 79 años el 27 de diciembre, dentro de cuatro días, y los de su quinta no le olvidan, aunque la subida a la montaña de Montjuic donde está el Palau Sant Jordi no es apta para todas las edades.
Enric ha hecho el esfuerzo acompañado de Anna, su hija de cincuenta años, y Maria, su nieta de veinte, porque Serrat ha tejido complicidades a lo largo de su larga carrera con varias generaciones y personas de todas las edades han llenado hoy hasta la última silla de las más de 15.000 del recinto.
Enric, Anna y Maria, anónimos seguidores del cantautor, han compartido emociones este viernes con los muchos políticos y artistas famosos que han copado la zona VIP y las primera filas.
El presidente de Gobierno, Pedro Sánchez, ha acudido junto a otros políticos, como el ministro de Cultura y Deportes, Miquel Iceta, y la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, y músicos, como los hermanos Muñoz de Estopa y periodistas como Jordi Évole.
Anónimos y famosos, todos han disfrutado en el Palau Sant Jordi de una fiesta inolvidable, en la que tanto sobre el escenario como en las gradas y la platea han mandado las emociones, y unos y otros han pasado de la alegría a nostalgia y de melancolía a la euforia en cuestión de minutos.
Para su paisanos, los que nacieron como él a orillas del Mediterráneo, y para los que han venido de lejos para decirle adiós, Joan Manuel Serrat ha preparado un repertorio especial, con más canciones en catalán de lo que ha sido habitual en la gira de despedida «El vicio de cantar 1965-2022», que empezó en Nueva York hace ocho meses y que hoy llega a su fin, después de recorrer toda España y América.
«Temps era temps» es la canción que ha abierto un viaje sentimental que ha empezado con imágenes de la posguerra española en la gran pantalla del escenario y un recuerdo para aquellos niños que, como él, nacieron en «una grande y libre» y se entretenía con «Metro Goldwyn Mayer» y «lo toma o lo deja».
Luego ha recordado a su madre con «Cançó de bressol», a su padre con «El carrusel del Furo», a la calle del Poble Sec que le vio crecer en «El meu carrer», a su ciudad natal con «Barcelona i jo» y a su querido Miquel Hernández con «Nanas de la cebolla».
El publico, que no ha tenido que dejarse convencer porque ha llegado ya convencido y entregado, ha aplaudido antes y después de cada canción, y en algunas también en medio.
Pero todavía faltaba mucho material sensible: «Para la libertad» ha levantado al público de sus asientos, «La tieta» ha hecho llorar a más de uno y «Mediterráneo» podría haber sido la apoteosis, pero ha tenido que disputarla con «Pare», «Plany al mar», «Cantares», «Paraules d’amor» y «Una guitarra», ésta última él solo en el escenario.
Serrat, que en todos estos años ha aprendido a estar en todas partes como en casa, hoy ha podido disfrutar del placer de ser profeta en su tierra.
Porque quizás, como dice Antonio Machado y él canta, nunca persiguió la gloria, ni dejar en la memoria de los hombres su canción, pero ha conseguido las dos cosas.