Tenía todos los lazos en el suelo. Uno grande rojo, dos azules, uno verde y otro color amarillo oro bien recargado.
-Y eso? -le pregunté con cara de asombro, aunque en esa casa uno puede encontrar cualquier sorpresa. Amelia me miró y su rostro entero era una hermosa sonrisa.
– Freddy, viene la Navidad, ¿es que no te has enterado?
– Le devolví la mirada impregnada de genuino cariño.
-Por lo que veo vas a hacer muchos regalos.
-Esta vez voy a sorprender a mis amigos, les voy a regalar algo imposible de comprar con dinero y que espero sepan apreciarlo.
Amelia es apenas unos años mayor que yo, rodea los 80 y pico, uno nunca sabe hasta dónde llega ese pico, delgada, pelo escaso y muy blanco, ágil, diría que demasiado para su edad y con una vitalidad que cualquier joven envidiaría. Siempre tiene un proyecto entre manos, desde combatir el cambio climático, hasta protestar en cualquier causa que considere justa. Viuda desde hace más de cuarenta años, dos hijos que viven en New York, seis nietos desparramados por el mundo y ella sola con Felicia, una muchacha que vino de niña a su casa y hoy es ya una mujer madura que la conoce mejor que nadie.
Felicia no solo cocina, sino que es su amiga querida. Casi todas las noches juegan dominó o cartas, Amelia le enseñó y se beben sus cervezas escuchando boleros, Manzanero a la cabeza.
El hogar de Amelia tiene lo necesario, es fanática de lo esencial, nada sobra, nada falta. Desprendida hasta las ultimas consecuencias, una vez me dijo que cuando se fuera en el viaje definitivo no habría nada que repartir.
Sus hijos le envían puntualmente una mensualidad que le permite transitar el mes sin vergüenza y comprar sus medicinas; su día es muy ocupado, pues muchas veces también se ocupa de la cocina y de escribir largas cartas a sus nietos y amigos; el internet y sus modernidades no los entiende y me dijo que ya no tenía tiempo para aprenderlo y ademas que sentía que era más romántico escribir cartas que algún día, si es que sus nietos las guardaban, servirían para recordarla.
-Soy una romántica empedernida y como romántica no pierdo mi esplendor aunque el mundo en que vivo me grite lo contrario.
-Pero esas cintas de colores, ¿para qué son?
-Este año voy a regalarme.
-No entiendo.
-Cada cinta tiene un significado, la roja es del más puro amor, la verde es la esperanza, la dorada es el perdón y las azules para combatir la soledad y la tristeza.
Sigo sin entender
Hizo un gesto y se puso una cinta en el pecho. Iré a visitar mis amigos y les daré mi tiempo, mi cariño, solo quiero abrazarlos, decirles que los quiero y luego de estar con ellos para celebrar la vida o lo que nos queda de vida. Ya tengo los nombres seleccionados.
-Y a mí, ¿cuál de todos los colores me has puesto?
-Freddy -y aquí hizo un gesto coqueto cerrando los ojos-, tu cinta es roja… ¿acaso no sabes lo mucho que te quiero?