En la primavera de 2012, el artista Ralph Heimans se paró en el piso con intrincados mosaicos de la Abadía de Westminster y esperó para que llegara la persona que retrataría en su más reciente comisión: La reina Isabel II. Cuando se aproximó fue un momento extraordinario.
“Llevaba puesto su manto de Estado, con cuatro asistentes sosteniéndolo, mientras caminaba por el largo corredor, fue una entrada bastante teatral”, dijo Heimans poco después de enterarse de la muerte de la reina, fallecida el jueves a los 96 años.
Tras pasar una hora con la reina, “hablando de sutilezas”, tenía una “sensación de lo amable que era, casi una sensación de timidez, una cualidad introspectiva”. En su pintura al óleo, que se exhibe en Westminster, la retrató como una figura solitaria, incluso taciturna, con sus ojos mirando hacia abajo, y con la inmensidad de Westminster detrás de ella, como el peso del pasado y el presente.
En los últimos 70 años, autores, cineastas, dramaturgos, compositores y pintores han respondido a la reina como símbolo y como ser humano, ya sea haciendo un comentario sobre lo privilegiado de su posición o intentando hacer un esbozo de la vida privada de una mujer que hablaba pocas veces en público y evitaba hacer revelaciones personales. Las cualidades duales de majestad y misterio la colocaban de forma imaginaria en los sitios más diversos, del sobrio arte real al punk y toda una variedad de caracterizaciones en cine y televisión.
“Creo que porque era una presencia constante que no decía mucho, eso permitía que la gente se proyectara en ella de diferentes maneras”, dijo Elizabeth Holmes, cuyo libro sobre el estilo de la realeza “HRH: So Many Thoughts on Royal Style” se publicó en 2020. “Además, puedes hacer muy fácil que la gente se vea como la reina. Lo puedes tomar como un punto de inicio e ir con ello”.
En cine, la reina ha sido representada en ficción en todo tipo de producciones, del retrato galardonado con el Oscar de Helen Mirren en “The Queen” (“La reina”) a las películas de farsa de “Naked Gun” y la sombría “Spencer” del director chileno Pablo Larraín, con Kristen Stewart como la princesa Diana y Stella Gonet como Isabel. Donde ha sido dramatizada de forma más completa ha sido en la serie de Netflix galardonada con el Emmy “The Crown”, que sigue su vida privada desde el comienzo de su reinado a la época más reciente, y cuya producción hizo una pausa el viernes como muestra de respeto tras su fallecimiento.
Cuando fue interpretada por Claire Foy como una monarca joven y glamurosa, se le puede ver buscando su camino en su nueva vida, tratando de mantener una relación feliz con su esposo, el príncipe Felipe, al tiempo que realizaba sus deberes reales con la sobriedad de una persona mayor.
Olivia Colman continuó el papel de Isabel, que con el tiempo se vuelve más madura e hirsuta, también con defectos, como cuando no viaja inicialmente al lugar de una tragedia minera en Gales para reconfortar a la población local o cuando tiene poca empatía con los problemas de Diana con su hijo Carlos.
“Yo externalizo mis sentimientos. Se supone que la reina no debe hacer eso”, dijo Colman a Vanity Fair en 2018. “Ella tenía que ser una roca para todos y ha sido entrenada para no (expresar sus sentimientos)”.
La reina no hacía comentarios sobre las obras acerca de ella, ni tampoco parecía estar siempre consciente de las tendencias culturales: Al saludar al guitarrista de Led Zeppelin Jimmy Page en una recepción en el palacio en 2005, parecía no estar segura de quién era él y qué instrumento tocaba.
Pero tenía una idea de su propio lugar en el mudo y tuvo la destreza de aparecer con Daniel Craig, en el personaje de James Bond, para un video de los Juegos Olímpicos de 2012, además de suficiente buen humor para permitirse ser retratada como si saltara en paracaídas desde un helicóptero con él.
Los autores de ficción disfrutaban llevar a la reina a aventuras inesperadas. En “The Autobiography of the Queen” de Emma Tennant, la monarca viaja a St. Lucia en el Caribe. S.J. Bennett trabajó desde la premisa de “¿qué pasaría si la reina resolviera crímenes?” en las novelas de misterio “The Windsor Knot” y “A Three Dog Problem”.
“Ella tenía una perspectiva tan única del mundo. Siempre estaba mirando hacia afuera cuando todos los demás la miraban hacia ella, así que ella debe ver muchas cosas que nosotros no vemos”, dijo a The Associated Press Bennett, hija de un veterano del ejército que conoció a la reina.
“Su carácter era lo que me fascinaba, no su posición como símbolo”, agregó. “Ella era inteligente, frecuentemente subestimada porque no recibió una educación tradicional, e infinitamente curiosa por la gente. En los libros la tengo mirando animadamente desde las ventanas del Palacio de Buckingham mientras es retratada en pintura, para saber qué es lo que está pasando fuera, porque eso era lo que hacía realmente. Tenía un sentido del humor muy irónico y un instinto enorme para la diversión, pero de igual manera un instinto casi sobrenatural para la diplomacia, y un sentido del deber de clase mundial”.
Los músicos le han rendido homenaje, la han condenado y también mencionaron su nombre para hacer reír.
Para los artistas del punk y el New Wave, ella era un monumento que había que derribar. “The Queen Is Dead” de The Smiths se mofa de la familia real y la suscesión de poder: “I say, Charles, don’t you ever crave/To appear on the front of the Daily Mail/Dressed in your Mother’s bridal veil?” (Carlos, ¿nunca te mueres de ganas/De aparecer en la portada del Daily Mail/Vestido con el velo de novia de tu madre?). Los Sex Pistols ayudaron a definir el movimiento punk en 1976 con “God Save the Queen” en la que Johnny Rotten (ahora Lydon) dice que “no hay futuro” al rugir algunas de las letras más mordaces y nihilistas que han llegado a las listas de popularidad británicas:
“God save the queen/The fascist regime/They made you a moron/A potential H bomb/God save the queen/She’s not a human being …” (Dios salve a la reina/El régimen fascista/Te hicieron un idiota/Una bomba atómica potencial/Dios salve a la reina/Ella no es humana).
En cambio, otros compositores respondieron con afecto. Duke Ellington la conoció a finales de la década de 1950 y le pareció “tan inspiradora” que pronto colaboró con Billy Strayhorn en “The Queen’s Suite”, para la que mandó a hacer un disco de oro especialmente para ella. A finales de la década de 1960, Paul McCartney hizo la acústica “Her Majesty” de 23 segundos, con su refrán descarado: “Her Majesty’s a pretty nice girl/But she doesn’t have a lot to say” (Su majestad es una chica bastante agradable/Pero no tiene mucho que decir) y los Beatles lo incluyeron al final de “Abbey Road”.
Como lo explicó en “Paul McCartney: The Lyrics”, publicado en 2021, escribió la canción en parte porque la reina realmente no hacía muchas declaraciones públicas, más allá de su discurso anual de Navidad o su apertura del Parlamento. McCartney se encontró con la reina en múltiples ocasiones, como Beatle y como artista solista, e incluso le tocó una canción. Pero reafirmó en su libro: “No tenía mucho que decir”.