La psicología no es una moda, es una respuesta a las realidades en salud mental. Es equilibrio, estado en el que la persona puede hacer frente a las realidades cotidianas, trabajar y aportar de forma productiva, desarrollándose según sus propias capacidades y recursos emocionales, cognitivos sin hacer daño a los demás y en especial a si mismos. Esta última aclaración es la intención de este artículo.
Nuestra decisión o indecisión de ir a terapia está siempre determinada por los otros, por las verdades que aparecen en nuestras dinámicas relacionales, vinculantes o no; por el sufrimiento, el vacío y las necesidades que surgen o se intensifican a partir de esta realidad de convivir con otros.
Muchos pacientes se acercan porque hay dificultades en su relación de pareja, no entienden a su hijo o su hija, no manejan el estrés, no aceptan la pérdida o la muerte de alguien amado, su familia se desmorona o se han dado cuenta de que sienten algo que no es natural y ese “algo” les impide relacionarse como antes con los demás, les aleja o les genera algún tipo de dificultad en su vida….con los otros…de quien siempre huyo y quien siempre me sale al encuentro; ya sea por los demás o ya sea por algo dentro de mí que no sé cómo manejar.. pero siempre en función del otro.
Desde el inicio de la humanidad esta dinámica ha existido y entre muchos pensadores HEGEL en su narración sobre “la dinámica del amo y el esclavo” planteaba, varias décadas antes de que la psicología fuera reconocida como ciencia, que los demás seres humanos son esenciales en la constitución y consolidación de nuestra propia identidad. Sin los demás no nos es posible formar nuestra identidad pues para formar nuestra identidad es necesario el reconocimiento y esto solo lo puede proporcionar otro ser humano que nos reconoce y nos valida o no lo hace; para Hegel este proceso de validación es un conflicto que termina en una relación vertical donde uno es amo y otro esclavo.
La psicología ha demostrado a Hegel insuficiente pues en esta necesidad de reconocimiento aparecen las emociones como componente evolutivo epigenético y con ello el apego. Es desde la gestación y posteriormente en nuestras vinculaciones tempranas donde nuestras experiencias moldean significativamente nuestra capacidad para reflexionar, narrar y dar sentido a anticipar y desarrollar soluciones con las que afrontar los acontecimientos, marcando así nuestro tipo de apego sostenido por nuestra cito arquitectura cerebral. Nuestras experiencias y estilo de apego están configurados en nuestras conexiones neuronales.
En el apego evitativo la persona aprende que sus sentimientos no son atendidos apropiadamente, por lo que deja de ser capaz de emplear adecuadamente “material emocional” para ayudarse a manejar su vida y relaciones; en el apego ambivalente la persona puede aprender que las palabras y acciones de sus padres son impredeciblesy no fiables desarrollando una incapacidad para usar el conocimiento – ideas de cuándo o porqué ocurren las cosas- y llega a confiar completamente en sus sentimientos inmediatos, es decir estos modelos de respuesta surgen en tiempos en los que el apego está amenazado o inseguro, estructurando a nivel cerebral mecanismos específicos de conducta convivencia y relaciones. Esta realidad es lo que genera muchas veces las excusas que surgen en el proceso de ir a terapia porque nuestras experiencias de apego determinan nuestras decisiones más fundamentales Esencialmente el “costo” de las sesiones terapéuticas, en primer lugar, el “pago” de las sesiones.
Pagar es significativo e innegociable porque no solo pagamos con dinero; cuando alguien sufre ya está pagando con salud, con estrés, angustia, resentimiento, dolor y pérdidas de valor intangible… ¿Qué es más caro o costoso?, ¿Seguir padeciendo o hacer terapia? ¿Seguir culpando a otros o sanar? ¿Elegir que otros tomen las riendas de nuestras decisiones o iniciar el camino a nuestra autonomía emocional e íntima? ¿Cuántas veces se abandonan procesos a mitad, porque la actitud de otros nos condiciona económica y emocionalmente? Pagar es un acto simbólico que representa el esfuerzo de tomar nuestras vidas en peso. Lo que nada nos cuesta no nos exige esfuerzo y al final no lo valoramos.
El terapeuta también “paga”, no solo el sacrificio de su formación, sino que debe poner a un lado sus convicciones personales, su aburrimiento, su enojo o su amor propio, el terapeuta a veces se convierte en la diana del enojo y frustración del paciente, se presta para ello y debe permitir que suceda sabiendo que es parte de su trabajo. Pues reconoce que ello no esta dirigido a su persona. Otra razón es el “tiempo”; no se tiene tiempo de ir a terapia o se tiene “prisa” para cambiar hábitos que llevan 15, 20 o más años en nuestra vida.
Nunca tienen tiempo para sí mismos, pero si para el trabajo o para los demás…esos otros a quienes deseamos satisfacer o de quienes necesitamos huir…que en el fondo es un intento de escape que se repite y se frustra una y otra vez… el intento de ocultar neuróticamente lo que deseamos ser para los demás y no para nosotros mismos… Solo el encuentro con nosotros mismos nos coloca en el camino hacia la felicidad pues sabernos y mostrarnos incompletos, buscando ayuda, es el camino para poder satisfacernos a nosotros mismos y sanar nuestras heridas emocionales.
Ya decían Jiddu Krishnamurti y Aldous Huxley: “No es signo de buena salud estar adaptado a una sociedad profundamente enferma” …tampoco reconocer y elegir seguir enfermo por miedo a descubrir aquello que nos puede liberar, pagando el costo con nuestra salud mental.
Escrito por Oom Blanco, Ph.D. Neuropsicólogo, terapeuta, investigador en INTEC y coordinador de Investigación en la Asociación Dominicana de Psicología Perinatal